domingo, abril 01, 2007

Una historia sin resolver

Capítulo XI

Cuando escuché esa acusación sentí ganas de reír, pero después analicé la situación y no le encontré el chiste. La que era supuestamente mi “amiga” estaba desconfiando de mi, talvez no éramos inseparables y nos conocíamos poco, pero cuando llego a conocer a las personas y creo que me conocen no hay cosa que me irrite mas que desconfíen de mi. Pensé en gritarla y mandarla a la punta del cerro, se lo merecía por no haberme preguntado nada, pero después me dije a mi misma que era mejor salvar la única relación social que tenía en el colegio y aclararle la situación.

-No me estaba besuqueando con él.-Dije tranquilamente.

-¡Ay! ¡Entonces está todo el curso con problemas a la vista! ¡Todos te vieron!-Respondió Andrea colérica.

-Si, todos nos vieron juntos ¡Pero yo lo cité ahí para hablarle de ti!-Las últimas palabras las grité.

-¡Claro y yo soy estúpida! ¿Cómo piensas que te voy a creer eso?

-No voy a hacer nada para que me creas, piensa lo que quieras. Si no puedes confiar en mi no tengo por qué explicarte nada. Pero por si te da la curiosidad, pregúntale a Simón.

Eso fue lo último que le dije y me puse a escribir la materia que estaba escrita en la pizarra. Lo que quedó de mañana no nos hablamos, cuando sonó el timbre de salida tomé mis cosas rápidamente y salí. En el camino hasta mi casa iba pensando en cómo era posible que cuando una quiere ayudar todo le sale tan mal, esto no podía ser peor. Primero me vinculan con un niño que a penas conozco y paso esa humillación delante de todo el curso, y para colmo la única persona con la que hablaba en el colegio creía que yo era una traidora, lo que traía como consecuencia mi soledad absoluta en los recreos. Patético, nuevamente Ofelia sería el centro de atención por ser la “niña antisocial”, pero de eso mismo agarré valor y no permití que me afectara. Yo no había hecho nada malo así que el tiempo tendría que darme la razón, o eso esperaba.

Al otro día llegué a clases esperando el rechazo absoluto por parte de Andrea y de todo el curso, pero cuando llegué apenas Andrea me vio se lanzó hacia mí y me abrazó tan fuerte que casi me dejó sin respiración. Francamente sentí miedo, el día anterior me había gritado, me había culpado sin que yo tuviera derecho a defensa, me había hecho la ley del hielo y ahora estaba abrazándome, Andrea se había vuelto loca. Finalmente me soltó.

-¡Gracias Ofelia! ¡Discúlpame por favor!-Me dijo emocionada.

-Andrea ¿te sientes bien? Ayer no me hablabas y hoy me abrazas ¿Qué pasa?-Pregunté temerosa.

-¡Fui una tonta por no escucharte! Simón ya me aclaró todo. Ayer a la salida me dijo que tú lo estabas aconsejando para que se me declarara y gracias a eso… ¡estamos pololeando!

-¡Ya era hora de que se decidiera! Me alegro de que todo se haya aclarado.-Dije aliviada.

-Gracias por darle ese empujón a Simón, fue porque habló contigo que se atrevió. Él mismo me dijo que si no hubiera sido por eso nunca hubiera podido.

Al decirme esto Andrea se me volvió a tirar a los brazo y nuevamente me dio las gracias. No era para tanto, pero ella era así de emotiva y yo no era quien para frenarle sus impulsos, menos si a mi no me dañaba. Todo se aclaró y lo que había pasado se fue al olvido, al menos algo bueno había salido de todo eso, Andrea y Simón ya estaban juntos, cumplí mi objetivo aunque por metiche pasé un mal rato.

Como todo se aclaró la mañana siguió su curso normal, a la una salimos de clases y yo me fui caminando con unas compañeras que vivían cerca de mi casa, hasta que un poco antes de llegar cada una tomó rumbo hacia sus hogares. Dos casas antes de la mía, había un niño de mi edad (o un poco mayor) sentado en la vereda, cuando me vio pasar se paró y se cruzó en mi camino, me hizo detener y me dijo:

-¡Hola! ¿Tienes hora?

-No, no tengo. ¿Me dejas pasar?- Le pregunté ya que seguía parado delante de mi.

-¿Eres nueva? ¿Cómo te llamas?

“Que tipo mas cargante”, pensé. No tenía ninguna intención de decirle nada, pero al final me arrepentí y le dije:

-No sé que tiene que ver eso con la hora y dudo mucho que a ti te importe si soy nueva o cómo me llamo. Así que déjame pasar, por favor.

-Seguro que eres la de esa casa.-Dijo apuntando mi hogar. Luego continúo.- ¡Bienvenida al barrio! Me llamo Luis.

Había escuchado esa frase tantas veces que para mí ya había pasado a ser como un “hola”.Lo único que me importaba en ese momento era poder llegar a mi casa para así escribir en mi diario y aliviar mi dolor de estar lejos de Bruno. Pero en ese instante tenía a un “buen vecino” atravesado en mi camino y no se iba a mover hasta que le contara toda mi vida si es que le respondía sus preguntas. Como no estaba dispuesta a ser interrogada, decidí actuar:

-Gracias por la bienvenida, pero no tengo ninguna intención de hablar con un cargante como tú. Lo siento, te lo pedí por las buenas y no saliste, ahora… ¡permiso!-Dije iracunda y le di un empujón para apartarlo de mi camino.

Caminé hasta mi casa, Luis me miraba desconcertado, seguía parado en el mismo lugar, hasta que reaccionó y corrió a alcanzarme, yo ya estaba abriendo la puerta de mi casa cuando me gritó:

-¡Eres una ordinaria!

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