lunes, septiembre 24, 2007

Princesa,Hada y Bruja

Cuando era niña quería ser princesa, tener un vestido como el de la Bella Durmiente, igualmente una voz como la de ella, entender el lenguaje de los animales y tener un hada madrina protectora. Anhelaba un enorme castillo que fuera destacado por sus bailes, con un jardín lleno de árboles y flores. Pero lo que más deseaba era encontrar al príncipe azul que me enamorara y me llevara por ese camino del “…y vivieron felices para siempre”. Unos años después todo cambió cuando me di cuenta de que los príncipes azules son tan míticos como los dragones y los unicornios, porque los hombres que vagan en la tierra son príncipes como el de Shrek (así o más canallas). Luego vino el trauma de vestido, me puse a dieta para entrar en la mitad de un vestido de princesa, al final desistí y opté por los chocolates que sirvieron para endulzar mi vida después de saber que no existen los príncipes, sólo hay sapos que aunque los beses siguen siendo sapos. Como si fuera poco además descubrí que los animales hablan sus propios idiomas y a menos que me embruje un chamán de África como a Eliza Thornberry mi gato seguirá diciendo Miau y yo seguiré entendiendo Miau sin poder descifrar lo que realmente quiere decirme. La desilusión de darme cuenta de que para tener un castillo hay que tener millones (porque el príncipe ya cero posibilidades de aparecer) fue la gota que rebalsó el vaso porque asumí que de mi historia de princesa sólo se alcanzó a escribir el principio, esa parte en la que soy pobre, me visto con harapos y vivo en una cabaña diminuta con la familia adoptiva. Nunca superé lo del príncipe y lo de no poder hablar con los animales, así que de mis ganas de ser princesa sólo quedaron los deseos de dormir cien años y eso de tener el pie chico porque soy harto patona (ni hablar de haber sido Cenicienta).
Ya un poco mayor se me metió en la cabeza que lo mejor era ser hada madrina, imaginaba miles de cosas que podía hacer al tener magia, aparecer y desaparecer cuando se me antojara, vivir en un bosque (en un arbolito talvez), si tenía suerte tendría alitas, podría conceder deseos a toda los niños o a las que lograron ser princesas. El hecho de tener una varita mágica de la que salieran desde chicles Grosso hasta vestidos Versace me daba gran ilusión y me hacía sentir más animada logrando que fuera olvidando la frustración de pertenecer a la realeza. Poco me duró la idea de ser un hada madrina, reflexionando salieron a la luz muchos detalles de los que no me había percatado, como por ejemplo: Vivir en un árbol no debe ser nada agradable, las arañas deben ser huéspedes eternos y yo les tengo fobia; los vecinos pueden ser duendes buenos o malos (porque hay duendes flaytes aunque no lo crean), ogros, enanos, hadas mas regias que yo, etc.; si tuviera alas tendrían que ser enormes porque para este tremendo cuerpo (me refiero a lo alto y a lo ancho porque de “top model” no tengo ni los dedos) así que sólo serían un cacho y tengo bastante con las cosas que ya vienen en el cuerpo y que pesan mucho; eso de conceder deseos a la gente, andar a disposición de cualquiera y a la hora que sea, sin domingos ni feriados, corriendo el riesgo de que pueden pedir cualquier cosa (a menos que hubieran reglas que prohíban ciertos deseos como en Los Padrinos mágicos, pero eso es más actual y yo no sabía que tenían un reglamento), porque de todo hay en la viña del señor y todo puede ser con esos pasteles. Finalmente lo de tener una varita mágica es mucha responsabilidad, hay que andar con ella siempre y tener cuidado donde se deja porque no falta el abusivo que quiere conquistar el mundo o cosas así y pesca la varita para su beneficio, queda la escoba y la culpa es de la dueña de la vara, y como yo soy tan olvidadiza hubiera sido un peligro con la famosa varita mágica. Con esto tuve otro desencanto, realmente me hubiera gustado ser hada madrina de la gente que no tiene casa, que no tiene para comer, personas que realmente tienen problemas, para ellos hubiera tenido todo el tiempo del mundo y toda la magia la hubiera hecho con gusto. Pero no me interesa ser hada madrina de pendejos malcriados por padres ausentes, ni ser “goma” de princesas mimadas que andan buscando los trapos que le combinen con los aros para irse al carrete en el palacio en vez de usar el cerebro y tratar de gobernar bien su reino.
Muertas mis dos ilusiones anteriores me convertí en lo que soy ahora, una bruja amargada desencantada de la vida. Para que me crean me voy a describir, tengo todas las características: Preparo pociones que hechizan muy bien (la cocina es un buen laboratorio), tengo una risa muy estruendosa y macabra, algunos de mis dones son predecir el futuro y leer el pensamiento, funciono mejor de noche, me encanta envenenar mujeres (de preferencia en contra de los hombres), tengo un carácter de los mil demonios y tengo un gato. Y como si fuera poco mi apariencia me acompaña, tengo una nariz grande, pelo largo que se ha ido oscureciendo conforme a mi transformación como bruja y que cubre mi rostro, y al vestir generalmente llevó algo negro (cuando no es porque aún trata de aflorar mi lado princesa). Aclaro de inmediato que no como niños, no vivo en una casita de dulces y tampoco soy de esas brujas que hacen “trabajitos” a pedido así que ni se ilusionen. Tampoco soy como La Hechizada porque no quiero ser “normal” pudiendo ser hechicera, ella fue muy pava desperdiciando sus poderes porque en vez de desarrollarlos se dedicó a atender al baboso del marido y hacer el aseo usando la escoba con la que podía salir a volar. Para finalizar quiero decir que sigo indignada porque no me llamaron de Howgarts, hasta antes de salir del colegio tenía la esperanza de que me llegara una lechuza para decirme que era escogida para estudiar ahí. Tenía ganas de conocer a este niño ¿cómo es que se llama? ¿Cuál es el nombre de ese niño que venció a un tal Lord Voldemort en Inglaterra? ¡Ah, ya sé! Quería conocer a Harry Potter, es legendario este chiquillo, pero en fin. Supongo que tendré que seguir desarrollando mis poderes por cuenta propia, por ahora quedan muchas mentes que envenenar y esta bruja tiene harto por hacer.

Dulce Dolor

¿Por qué será que siempre nos atrae lo que mas nos hace sufrir? Las relaciones tormentosas, lo prohibido, lo ajeno, etc., nunca estamos conformes con lo que tenemos y siempre buscamos esa dosis de dolor como si fuera esa la clave para descubrir que estamos vivos. Por lamentarnos dejamos de ver muchas de las cosas buenas que hacen que todo lo negro se borre de nuestra mente, porque al parecer siempre es mejor quedarse con lo amargo que es lo que abunda en vez de saborear lo dulce, aunque sea poco.
A veces pienso que es mentira eso de que “a nadie le gusta sufrir” y creo que es todo lo contrario, nos encanta ese masoquismo porque en ciertas ocasiones hasta puede ser favorable. Eso de ser el o la sufrida del cuento siempre trae ciertos beneficios y más de alguno babea por vernos bien o nosotros babeamos por ver bien a alguien que queremos y hacemos de todo por darles un instante de felicidad. Lo que a mi me cuesta entender es porque en las relaciones amorosas la tortura es casi eterna, al principio, en el medio y en el final. Está bien, la felicidad completa no existe pero las cosas podrían ser un poquito más fáciles, pero no, no puede faltar ese dolor tan placentero que nos hace felices en el fondo. Por ejemplo:
Tenemos el caso de la mujer que es más buena que el pan, preocupada, cariñosa, divertida, etc., enamorada de un pastel carretero, que la busca solo cuando el quiere, despreocupado y con una actitud que da entender que no está ni ahí. Lo que debiera hacer es mandarlo a la cresta y buscarse a otro que la valore realmente, pero ella hace todo lo contrario. Por un buen tiempo sigue creyendo todas sus palabras, le da mil oportunidades, llora y patalea rogando un cambio milagroso en su amor y como nunca llega se aburre. Como es de esperarse la historia no termina aquí, cuando por fin se decide a dar vuelta a la pagina, habla con el y dice estar decidida a eliminarlo de su vida ¿qué pasa? ¡Sorpresa! Se invierten los papeles y ahora es el pobre imbécil el que ruega y busca a la pajarita que estaba haciendo sufrir y que lo quería sinceramente, la busca, la llama y le ofrece todo lo que no se le ocurrió hacer antes.
Después tenemos las relaciones sin nombre, esas en las que puede pasar de todo pero que no son nada, esas relaciones en las que las mujeres fingimos ser relajadas y en la que ponerle nombre a ese “algo” es un compromiso que está demás. Falso, lamentablemente uno siempre quiere más, creo que son escasas los que son relajados de verdad y no están ni ahí, pero los que yo conocí no fueron el caso, se les olvido que la cuestión no era nada y cuando quisieron más no podían hacer nada porque nunca se habló de alguna formalidad. Sufrimiento al doble yo creo, porque pueden tener millones de quejas pero de nada les sirve porque al final siempre llegamos a lo mismo “no éramos nada” y por lo tanto no tienen derecho a pedir nada ni reclamar nada porque nunca hubo nada. Cuando todo se termina ¿qué pasa? Después de todo lo bonito que fue esa aventura sale a flote todo lo malo diciendo que: “Me vio la cara” “Fue un juego” “Me usó”. Todo eso en base a suposiciones porque lo que siente el otro no lo podemos saber con exactitud, pero siempre es más fácil pensar mal para que eso nos ayude a olvidar más rápido y tratar de no sufrir mas por todo lo que no pudo ser. Divertido, al final estamos haciendo todo lo contrario.
En fin, siempre lo más difícil es lo más atractivo, lo más difícil a la larga es lo más doloroso, porque esa lucha por conseguir lo que queremos tiene muchos fracasos antes de lograr lo que nos hará felices por un tiempo escaso.
El dolor es parte de la vida, pero hay veces en que se puede evitar. Hay que levantarse, tratar de ponerse firme antes todo y decir: “Basta, no más” Es cosa de valorarse uno mismo creo yo, pero aún así al parecer el dolor a veces tiene algo de dulce.