jueves, diciembre 06, 2007

Confesiones de una adicta

Ha pasado algún tiempo desde que decidí rehabilitarme, quería ser una persona “normal” y poder insertarme a esta sociedad que por incomprensión siempre me ha rechazado. Mi adicción me estaba destruyendo, me estaba matando de a poco. Así que después de mucho pensarlo me decidí a salir a delante, desde ese momento todo cambiaría. Mi vicio me hacía muy feliz pero estaba llegando demasiado lejos, fue así como comencé la batalla contra…los dulces.
Tuve que dejar el placer del chocolate, la alegría de las galletas y la ternura de los pasteles, se preguntarán ¿por qué? Los 30 kilos que subí el año pasado por “alimentarme” sólo con éstas delicias me estaba llevando derechito a la diabetes.
El primer paso fue asumirlo, enfrentar que la ropa me quedaba chica porque estaba gorda y no porque se había encogido al meterla en la secadora.
Lo siguiente fue buscar ayuda. Todo este problema me alteró las hormonas, lo que significó la ausencia de esa visita incómoda de todos los meses, así que no me quedó más remedio que ir al ginecólogo. Después de pasar por la humillación de que mi primer empelotamiento fuera en frente de un señor de unos sesenta años, me dio el diagnóstico. El azúcar altamente presente en mi sangre había provocado el famoso trastorno hormonal, por eso, estaba convertida en la mujer oso (no lobo, porque los lobos son flacos). Sin exagerar, tuve barba.
El doctor me mandó de urgencia a la nutricionista, si no lo hacía pronto terminaría en el clan de mis tíos diabéticos. Sin esperar nada pedí hora y a los pocos días estaba siendo atendida por una nutricionista regia y simpática, digo esto para que sepan que es de esas nutricionistas que predican y practican. Me analizó mi forma de comer, mis horarios, me explicó algo de la insulina que no entendí porque mientras hablaba por mi mente pasaban todas las cosas que tendría que dejar de comer por la famosa dieta, extrañamente en ese momento me empezó a tiritar un ojo. Cuando terminó de preguntar, explicar y aclarar, vinieron las instrucciones: NADA DE AZÚCAR, nada de esto, poco de lo otro, media taza de esto, un trozo pequeño de lo otro, mucha agua y ejercicio. Las frases que me sonaron como eco por una semana fueron “nada de azúcar, mucha agua y ejercicio”. Tres cosas que odiaba, vivir sin dulces, tomar agua y hacer esfuerzo. Salí de la consulta llevando en una mano una hoja con las instrucciones, la lista de cosas que podía comer, las cantidades, etc., y en la otra mano mi último chocolate. Al día siguiente comencé la dieta y la semana me inscribí en natación.
Han pasado algunos meses y ya he bajado 17 kilos, mi peso es el mismo que tenía cuando salí del colegio, antes de venirme a la universidad. Hoy mi familia me ve y me dice “¡Oh, que estás flaca!” y no pueden creer que aún me falta bajar varios kilos más. Lo curioso es que cuando vivía con ellos y pesaba lo que peso ahora era pan de cada día decirme que estaba gorda y que tenía que hacer algo por bajar de peso. Tuve que rodar para que se dieran cuenta de que cuando estaba con ellos no estaba tan mal.
En fin, saquen sus propias conclusiones. Lo que si puedo afirmar es que me he rehabilitado de mi adicción, ahora puedo contenerme de comer dulces y no me desespero. Aunque esto no me ha insertado en la sociedad como yo pretendía, eso me tiene un poco triste, con las ganas que tenía de ser aceptada por el mundo, supongo que no era cuestión de peso, es mi mente enferma lo que me cierra esa puerta. Pero bueno, yo partí esta dieta por una cuestión de salud nunca pensé en lo estético, y hasta ahora, si la sigo es porque quiero estar relajada con este tema de la diabetes. Con lo cobarde que soy no quiero andar inyectándome insulina ni nada por el estilo. Con un poco de voluntad todo se puede lograr y al final de cuentas, las verduras y las frutas no son tan malas…pero no son tan ricas como el chocolate, las galletitas y los pasteles.