¿Se han dado cuenta de que uno nunca termina de saborear los buenos momentos? Son tan cortos que pasan casi desapercibidos y dejan esa sensación de gusto a poco, con deseos de que hubiera sido para siempre o que el tiempo se hubiera detenido en ese instante. Dicen que uno puede ser feliz con tan poco, mantengo esa teoría si se refiere a las cosas materiales porque en cuanto a las cosas que tienen que ver con los sentimientos lo poco es lo que nos hace infeliz. No me interesa tener un yate, una mansión, un avión, millones en el banco, etc., si voy a seguir teniendo los mismos atados que me atormentan y me causan dolor.
La verdad es que pocas veces he alcanzado a saborear la felicidad sin que se vaya tan rápido, pero hay una etapa que me marcó y la recuerdo como muy feliz. Como podrán imaginar, fue cuando era niña…en esos tiempos no éramos tan prematuros como son los cabros ahora, hoy los mocosos a los cinco años andan ponceando y yo a los diez aun jugaba a las barbies. Cuando tenía entre diez y once años ha sido el tiempo en que hoy recuerdo con nostalgia, en el que me recuerdo feliz. No tenía mucho, solo lo necesario, mi familia, una casa hermosa en la que al salir al enorme jardín se veía el mar, un colegio y una amiga. Vivíamos en Coquimbo, cerca de la playa, algo muy beneficioso en el verano. Mi papá trabajaba en una mina y estaba siete días arriba y siete con nosotros, su llegada era muy esperada porque llegaba con una caja grande de chocolates, galletas y embelecos que le daban en el trabajo, todo ese tesoro para mí y mis hermanos. Mi mamá escondía la caja en lo más alto de un closet para que no nos aprovecháramos y nos comiéramos todo de una vez. Llegaba el fin de semana y siempre había alguna novedad, mi papá solía hacer un delicioso pollo asado en la parrilla mientras veíamos los partidos que nos harían clasificar al mundial del 98 o escuchábamos la radio esperando ansiosos que estuviera listo. El día domingo era de flojera absoluta, dormir, yo hacía las tareas a última hora, mi mamá planchaba las cosas para el colegio y mi papa leía el diario mientras los niños tramaban algo o se condoreaban con alguna cosa. Aunque a veces salíamos a pasear o íbamos a misa, una vez nos fuimos a caminar por un sector que estaba a pasos de mi casa, en ese tiempo era campo no había ninguna casa, caminamos sin rumbo y por largo rato y finalmente llegamos a la playa aunque partimos en el sentido contrario de ésta. No sé por qué para mi fue toda una aventura, pero me recuerdo corriendo con mis hermanos por esos peladeros verdes, y mis papas caminaban atrás tomados de la mano. Y todo era risas, era paz y armonía, éramos la familia Ingalls.
En el verano era aún mejor, aunque mi papá no estuviera mi mamá nos llevaba a la playa. La herradura, podía pasar horas y horas bañándome en ese mar tranquilo, y de vez en cuando salía a comer, del cocaví que llevaba mi mamá, algún dulcecito y tomar jugo para sacarme la sal de los labios y volver al agua. Cuando daban las siete de la tarde nos íbamos a la casa, para ducharnos, tomar once y acostarnos rendidos hasta el otro día, aunque teníamos harta cuerda y a pesar de los intentos de mi mamá por tener su rato de tranquilidad a veces hinchábamos hasta tarde.
Hoy veo eso como algo tan lejano que no se si me lo estoy inventando o de verdad lo viví, seguramente hubieron problemas que no recuerdo, pero fueron tan pequeños que ni se sintieron. Cada vez que trato de pensar como hubiera sido mi vida si hubiera seguido ahí me veo feliz, lo único malo sería que hoy no conocería a los tesoros que me hacen la vida más amena y que siempre están ahí conmigo.
Si, cuando crecemos todo es mas difícil, hoy no se si estoy viviendo o tratando de ganar una batalla. No se si soy una mujer joven de 21 años, en la plenitud de la vida, o una vieja encerrada en este cuerpo, que seria el sueño de muchas. No estoy segura de si soy hija, mamá, tía o abuela. No me entiendo y no estoy segura si entiendo al resto, no se si voy acorde o a los tiempos o demasiado atrasada. Hay muchas cosas que no se, sólo de una estoy segura y es que los buenos momentos no volverán y hay que saber disfrutarlos para que cuando vengan los tiempos amargos sean esos recuerdos los que nos saquen una sonrisa y no todo sea tan malo.