Hace casi dos
años que no lo veo y sin embargo no ha pasado ni un solo mes, ni un solo día,
ni una sola hora que haya dejado de pensar en él. Las cosas terminaron mal y yo
quedé deshecha como jamás pensé que estaría, sin exagerar se siente como si el
mundo se viniera abajo y el dolor se extiende por cada vena, por cada espacio
del cuerpo que parece marchitarse.
La primera vez
que nos vimos fue hace diez años y no hubo para nada algún indicio de romance,
al contrario, todo empezó como una amistad. Éramos los mejores amigos que
podían existir hasta que llegó el amor a hacer de las suyas y a dejar marcas
que no se borran ni con la amnesia. El silencio era nuestro lenguaje y nuestros
ojos que estaban siempre conectados por medio de una mirada profunda era la
mejor manera de comunicarnos. Cómo extraño esas conversaciones en las que no
decíamos ni una sola palabra pero al mismo tiempo lo decíamos todo. Díganme
patética pero aún lo amo y sobre todo lo necesito, nunca pensé que el vacío que
iba a dejar en mi vida sería tan grande y doloroso.
Aunque trato de
pensar en otras cosas estoy llena de recuerdos que se presentan en medio de mi soledad
y hacen parecer que hubiera sido ayer cada uno de esos momentos que pasamos
juntos. Mis recuerdos favoritos son los que me llevan a cuando comenzó todo, en
especial a ese primer beso que fue robado. Éramos del tipo de amigos cargados
al cariño, de abrazos constantes e inocentes; supongo que los dos buscábamos un
refugio al cual escapar de nuestras soledades, sobre todo yo que por ese tiempo
cargaba con más de un dilema a cuestas. Fue en uno de esos abrazos y en un
momento de descuido cuando sentí sus labios sobre los míos con una ternura
inmensa, ahí me di cuenta de que lo amaba hacía mucho tiempo. El corazón me
latía a mil, me sentía una chiquilla con ese cosquilleo en la panza y la
felicidad me inundaba de la cabeza a los pies hasta que reaccioné y mi razón
despertó diciendo que no debía pasar nunca más.
No quería
perderlo, era mi apoyo incondicional y él único que había llegado a saber todo
de mí y una relación solo nos alejaría y
complicaría todo pero ya era tarde. Habíamos caído en ese enredo amoroso y no
había vuelta atrás, todo había cambiado. Estaba decidida a que no se diera un
romance pero fue inútil, los besos se hicieron una costumbre y afirmaría que
hasta se hicieron una necesidad. Ya no había nada más que hacer, sólo
entregarse.
Me llené de
miedo y de dudas por el simple hecho de ser un poco mayor. Si, me pesaban los
seis años de diferencia que pueden parecer pocos pero a la larga se notan. A él
nunca le molestaron pero a mi me torturaban porque era consciente de que estábamos
en etapas diferentes de la vida, él empezando su carrera y yo en vías de
independencia y desarrollándome en mi profesión muy lejos de las fiestas
universitarias. Pero en realidad mi mayor miedo era ser reemplazada por alguien
de su edad, que tuviera su mismo ritmo de vida y más cosas en común que conmigo
y como soy media bruja mi temor se convirtió en premonición, fue la crónica de
una muerte anunciada. Las cosas pasaron tal cual las imaginé y vaticiné.
Después de un
año de vivir un amor intenso y de un momento a otro todo se acabó de golpe.
Comenzaba su segundo año de universidad y ya habíamos celebrado nuestro
aniversario prometiéndonos amor eterno, todo iba bien hasta que un día encontré
una nota sobre mi cama diciéndome que se había enamorado de alguien más y no
podía seguir con lo nuestro. En ese instante se me cayó el mundo y empezó una
agonía que aún hoy parece no terminar. Nunca me dio la cara ni me dijo que todo
se acababa mirándome a los ojos y yo nunca lo busqué, aunque un par de meses
después nos encontramos; lo único que hizo fue pedirme perdón jurando que nunca
podría amar a nadie como me amaba a mí pero que no íbamos a llegar a ninguna
parte y que mejor fuéramos amigos. ¿Amigos? ¿¡Amigos!? ¿¡Cómo se puede ser
amigo de una persona que te ha roto el corazón!? ¡Qué fácil es pedir algo así
cuándo tú estás entero! Por mi parte solo le deseé toda la felicidad del mundo
y le dije que se olvidara de mí porque nunca más me volvería a ver.
El infierno que
pasé después es algo imborrable, las lágrimas que derramé me secaron por dentro
y todo en mi cambió de manera radical. Mis sonrisas disminuyeron, mis locas
ocurrencias desaparecieron, mi círculo social que siempre fue disminuido quedó
convertido en nada y me quedó solo la compañía de mis libros y mi gato. Hasta
mis kilos demás se esfumaron. Lloraba día y noche, no podía dormir y cuando lo
lograba tenía pesadillas, respirar me dolía, comer me dolía, hablar me dolía;
todo absolutamente todo me recordaba su ausencia y me hacía necesitarlo pero él
nunca venía a mi rescate. Sólo supo hacerse presente cuando llamó en mis cumpleaños
(a pesar de que le pedí que no lo hiciera) para decirme que nuestro vínculo
sería para siempre sin saber que con eso sólo conseguía dejarme peor de lo que
estaba y pensando en cuál era su afán de hacerse presente.
Han pasado dos
años y una semana y el otro día por cosas de mi mala suerte nos encontramos. Yo
iba mirando el piso como siempre pensando quizás en qué cuando alguien se
atravesó en mi camino sin intención de moverse. Levanté la mirada para encarar
al osado que interrumpía mis pasos y mis pensamientos y me encontré con esos
ojos misteriosos que alguna vez me miraron con amor infinito y con esa sonrisa
inolvidable que me doblegaba hasta el alma; su mirada profunda llena de secretos
me hizo temblar mientras me invadía el olor de su perfume al que era adicta.
Nos miramos
tanto tiempo que pareció una eternidad, sin decir palabra y diciéndolo todo
igual que antes, igual que siempre. Por mi cabeza pasaban tantas cosas y estoy
segura de que por la suya también, sé lo que significa exactamente cada
expresión de su rostro y esa mirada es la que más conozco, la que más amo, la
que más añoro. Quería gritarle que lo odiaba por todo lo que me hizo sufrir y
que por fin lo había olvidado pero tratar de lastimarlo no curaría mis heridas
ni desharía el daño hecho. No, era mejor decirle que lo amaba a pesar de todo,
a pesar de ella y a mi pesar pero a fin de cuentas cualquier palabra sobraba.
Callé.
Posó sus labios
muy cerca de los míos desatando un caos en mi interior, pasó su mano por mi
mejilla con la delicadeza con la que se acaricia la porcelana más fina cuidando
de que no se rompa, no entiendo por qué si yo ya estoy rota. Me miró de nuevo,
en su evidente ansiedad noté que quería decirme algo y seguramente era
importante pero justo cuando pretendía asomar una palabra apareció de pronto su
mujer a tomarle la mano para marcar su territorio y a recordarme que él ya no
era mío. Sus ojos se tornaron tristes, agachó la mirada y a mi no me quedó nada
más que pasar por su lado tragándome la rabia, las lágrimas y el orgullo. Seguí
mi camino hacia el olvido sin mirar atrás porque todo eso bastó para entender
que de nuestra historia ese momento había sido el fin.