viernes, abril 13, 2007

Una historia sin resolver

Capítulo XIX

Mi primera semana en Santiago fue horrible, lluviosa y fría. No tenía idea dónde quedaba nada, realmente era como si vagara sin rumbo cada vez que salía a la calle. Es verdad que viví aquí un tiempo, pero no salía a ninguna parte a menos que fuera necesario, por lo que nunca me ubiqué bien. Afortunadamente, tengo el apoyo de Florencia que lleva varios años viviendo aquí, en un pequeño departamento en el centro, ella me está alojando hasta que aprenda a sobrevivir en esta selva urbana. Es verdad que también tengo a mis abuelos, pero opté por no hospedar con ellos porque todo me queda mucho más alejado. Realmente debo estar agradecida de tener un trabajo y un lugar acogedor en el que quedarme, ahora que llevo más días aquí me doy cuenta de que es necesaria la compañía, se me había olvidado que aquí todo el mundo funciona como robot, la persona que está a tu lado no existe. Eso de vivir en provincia hizo que lo olvidara.
Bueno, como dije, llegué a la capital por motivos de trabajo, vengo impartir un taller literario en una universidad, un electivo para ciertas carreras relacionadas con este tema. Le tengo fe a este nuevo trabajo, pienso que es algo que me hará progresar mucho más que en un colegio, eso de hacer literatura como una actividad extra programática, que no es valorada para nada por un montón de niños, a la larga me frustraba. Mis primeros días en la universidad fueron dificultosos, ya saben que eso de adaptarme nunca se me ha hecho fácil, pero afortunadamente aquí encontré interés en mis clases, así que por lo menos tengo una satisfacción. Ya saben, me cuesta mucho aceptar los cambios, aunque sean para mejor.
Apenas llegó el fin de semana Florencia me propuso salir a pasear, pero yo tenía otros planes. No quería mentirle a Florencia y tampoco quería herir sus sentimientos, si le decía a donde iba a ir realmente querría acompañarme o me lo prohibiría, pero esa visita tenía que hacerla sola y la hacía sólo de curiosa, ya se imaginaran dónde. Me lo tomé como una terapia o como un juego, ya han pasado muchos años y tenía ganas de volver al lugar en el que por primera y única vez amé, supongo que para saber si ese lugar había cambiado tanto como yo. Le dije a Flor que mis abuelos me habían dicho los días antes que los fuera a visitar durante el fin de semana y que quería aprovechar el viernes, ya que no estaba lloviendo para ir a verlos y salir luego del trámite. Ella lo entendió y aceptó dejar nuestra salida para el día siguiente, resuelto esto salí a esperar la micro que me llevaría a mi viejo barrio. Después de unos pocos minutos logré subir al microbús que me trasladaría hasta esos suburbios del pasado, la ciento cuarenta, la misma que tomaba hace diez u once años atrás. Media hora mas tarde mi trayecto había terminado y estaba nuevamente parada en la Avenida Domingo Santa María, lista para entrar a la villa en la que estaba mi casa. Miré por unos instantes mi alrededor y logré reconocer varios de los negocios en los que muchas veces compré, me disponía a seguir con mi camino pero de la nada se puso a llover torrencialmente, como soy poco precavida andaba sin paraguas, no tenía nada con lo que protegerme, por fortuna divisé un café, así que corrí hasta allá para resguardarme de la lluvia hasta que ésta se suavizara para poder visitar mi casa. No me iba a rendir por un poco de agua, además esa oportunidad no se iba a repetir porque probablemente me arrepentiría si lo dejaba para después, era ahora o nunca.
Entré al local, era pequeño pero parecía cómodo, no había mucha gente así que me agradó mucho más, eso me ofrecía un poco de lectura y por qué no, un espacio para escribir algunos versos. Me senté en una mesa, saqué mi infaltable y tradicional cuaderno, me sentía inspirada. Acompañada de un buen capuchino, tomé mi lápiz y afloraron las palabras, sonaba una música romántica de fondo que llamó en seguida mi atención, parecía que la letra estaba dedicada a mí, o más bien, a la Ofelia de ocho años atrás. Lo que quedó en mi cabeza de esa letra dice así: “Fue encontrarme en tu mirada y sentirme enamorada, era menos frágil junto a ti. Pero todo era mentira, te marchaste de mi vida y me perdí. Si revivo tu recuerdo me hace daño si te pienso, estoy triste pero estoy de pie…” No escuché mas porque me dediqué a escribir, aunque suene ridículo esa canción me inspiró más, esa canción y la lluvia se complementaron, así conseguí escribir un poema de los que hacía años no podía hacer. Sin darme cuenta habían pasado dos horas y aunque era temprano, ya se estaba oscureciendo debido a la lluvia. Mi visita, por desgracia, tendría que ser después, o talvez con eso debía quedarme claro que lo mejor era no volver, ordené mis cosas y pagué mi café, salía rápidamente hasta que justo cuando iba a poner un pie fuera del local choqué con alguien que venía entrando, el tropezón fue tan fuerte que caímos al piso. Unos segundos después noté que estaba encima de un hombre, mis gritos y reclamos estaban a punto de salir con toda ira, hasta que miré al idiota descuidado que había ocasionado ese caos. Me encontré con unos ojos grises, cálidos y transparentes, en menos de un segundo estaba perdida en ellos, igual como una vez lo hice en los de… ¡Bruno!

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