martes, abril 10, 2007

Una historia sin resolver

Capítulo XVII

Ahí estaba, a punto de echarme esas pastillas a la boca, tratando de ponerle fin a mí vida llena de amargura. La casa estaba sola porque todos habían salido a pasear, nada me impedía morir, tenía el camino libre para dejar de sufrir. Hace dos horas que estaba llorando sin parar, pero cuando reaccioné y me vi con ese frasco en la mano me sentí una cobarde, pensé en mi mamá y en el daño que le haría si tomaba el camino más fácil, pensé en que no tenía sentido dejarme vencer y que debía luchar, salir adelante. Tiré las pastillas a la basura, respiré y me acosté a dormir, lo mejor era esperar para que todo en mi cabeza se aclarara.
Desperté temprano en la mañana, me dolía la cabeza, me levanté y fui al baño a lavarme la cara, cuando me miré en el espejo sentí pánico, tenía los ojos tan hinchados que parecía que se me habían salido. Volví a encerrarme en mi pieza y no salí hasta el medio día, cuando ya tenía pensado lo que iba a hacer conmigo y cuando mis ojos volvieran a su estado normal, aunque fuera un poco. No había sido lo demasiado valiente o cobarde para suicidarme, así que lo mejor era dejar de lamentarme y continuar, no me quedaba otra alternativa que pedir ayuda. Mi papá con sus pensamientos arcaicos estaba descartado, para él esto hubiera sido otra de mis tonteras, mis hermanos eran muy pequeños, la única que a la que le podía confiar esto era mi mamá pero ¿cómo se lo decía? Tenía miedo de contarle lo que me pasaba porque me preocupaba la reacción que podía tener, no quería que se preocupara mucho y tampoco quería que me tomara por una exagerada que quería ir al sicólogo por mona. Pero nunca lo iba a saber si no se lo decía, y cuando estuvimos una noche las dos solas decidí sincerarme sin dar más vueltas.
-Mamá, quiero ir al sicólogo.
Mi mamá miró el techo como si de él obtuviera paciencia y comprensión, luego sus ojos se posaron en mí y dijo:
-¡Ahora quieres ir al sicólogo! ¿¡Y por qué!?
No me podía sentir mas mal, darme cuenta de que para mi mamá también lo que me pasaba era absurdo me dolía, pero ya había hablado y mi madre no se quedaría tranquila hasta que le contara todo.
-Hace meses que me siento mal, creo que estoy con depresión.-Dije con normalidad.
-¿Por qué piensas eso?
-Porque me siento angustiada, porque no quiero hacer nada y porque…me la paso llorando. ¡Estoy cansada de todo! Necesito ayuda.
No me quebré en ningún momento, no derramé ni una sola lágrima, eso era todo lo que tenía que decir y ahora dependía de ella si me daba su apoyo o no. Mi mamá no dejaba de mirarme, pero parece que con esa petición de ayuda desesperada me creyó y empezó a preocuparse. Era como si tratara de buscar una explicación a lo que me había pasado, creo que hasta se sintió culpable, pero no me decía nada. Por unos minutos reinó ese silencio, hasta que se cansó de esperar que yo dijera algo más y habló:
-Bueno, tendremos que sacar hora con el doctor. Una de mis amigas está yendo a una sicóloga, le puedo pedir el nombre para que vayas donde ella. Me dijo que era buena.
-Está bien, pero te quiero pedir una cosa más. No quiero que le digas nada de esto a mi papá.
-¡Pero Ofelia él tiene derecho a saber lo que pasa! ¿Por qué no quieres que…?


-¡No mamá! Él no lo va a entender y yo no estoy en condiciones de escuchar sus brutalidades. Esto tiene que quedar entre nosotras ¡prométemelo!-Dije presionándola.
Mi mamá me conocía tan bien que daba por hecho que si se lo contaba a mi papá mi confianza en ella se acababa y mis ganas de salir adelante se perderían en el camino. Yo por mi parte, tenía pensado en negarlo todo si mi papá se enteraba, él no lo iba a entender. Quedó pactado que nadie mas se iba a enterar, ahora solo tenía que conseguir hora con la sicóloga para tratar de componer mi vida. Después de hablar con mi mamá salí a caminar sola y lloré amargamente por un buen rato, hasta que me calmé y volví a mi casa entrando casi como una ladrona, sigilosa para no toparme con nadie y evitar interrogatorios.
Pasaron varias semanas antes de que lograra conseguir una hora con la sicóloga, pero finalmente obtuve una cita con la doctora Sofía Blanco. Ella viajaba desde La Serena por lo que atendía sólo los días sábados, yo fui citada para el primer fin de semana de marzo a las seis de la tarde.
A los pocos días de conseguir la hora entré al colegio, seguía sin ganas de ir pero me consolaba pensando en que tenía la posibilidad de que eso terminara pronto. Rápidamente llegó el fin de semana y con el mí esperada hora a la sicóloga, me negué a ser acompañada y partí sola a tratar de solucionar mi problema. Llegué y tuve que esperar un rato, hasta que por fin entré, era una sala pequeña en la que había dos sillas y un escritorio. Ella era una mujer joven, a penas la vi me dio confianza, no tuve miedo de decirle todo lo que tenía guardado, me saludó y me ofreció una de las sillas.
-¡Buenas tardes Ofelia! Yo soy Sofía y quiero que te sientas muy cómoda en cada sesión. Puedes decir todo lo que quieras y quedará en secreto. Ahora cuéntame ¿Qué te trae por aquí?
Le dije todo lo que me pasaba, parecía que estaba hablando sola porque ella no me interrumpía, escuchaba muy concentrada, hasta que en un momento en el que respiré ella preguntó:
-¿Has tenido pololo? ¿Te has enamorado?
Me quedé callada aunque no dudé en hablarle de Bruno, cuando recuperé el aire contesté:
-No he tenido pololo, pero estoy enamorada de alguien hace varios años. No me he podido olvidar de él y eso me asusta, encuentro tonto estar enamorada de alguien que dejé de ver hace mucho tiempo, con el que nuca pasó nada y ni si quiera tengo contacto, pero pienso en el todo el tiempo. Cada vez que lo recuerdo siento que mi corazón va a explotar, lo mismo que sentí la primera vez que lo vi.
Sofía se quedó pensando, supongo que trataba de ordenar sus ideas para plantearme lo que pasaba conmigo, por qué me sentía así, finalmente habló.
-Puede ser que no estés enamorada y te sientes así porque ese ciclo no se cerró. Crees amarlo porque nunca pasó nada con él, es una historia sin resolver.

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