martes, marzo 20, 2007

Una historia sin resolver

Capitulo I


Cómo pasa el tiempo, hace diez años en un día como hoy llegué a Santiago. Era una mañana fría (aunque el verano aun no terminaba), no estaba del todo claro cuando bajé del bus, ni el día ni mis pensamientos. La confusión me tenía invadida, no podía creer que en sólo nueve horas había dejado atrás todo lo que me había costado tanto conseguir y que por milésima vez perdía. Desde que mi familia se transformó en una tribu de gitanos nunca fui la misma, antes podía rodearme de gente sin miedo y ser amiga de todo el que tuviera simpatía. Pero con tanto cambio de ciudad y de casa decidí matar mi vida social, no me gustaba perder amigos a cada rato, antes mantener contacto era más difícil, ni el celular ni el e-mail eran parte de mi mundo. Confieso que la culpa de tanto viaje es mía, nunca voy a olvidar aquel año nuevo cuando tenía doce años y mis ansias de viajar eran tantas que se me ocurrió hacer la cábala de la maleta. Como nadie me quiso acompañar a dar la vuelta a la manzana la hice alrededor de la casa, sin pensar que iba a dar resultado. Meses mas tarde estaba arriba del auto y con un camión de mudanzas que nos seguían. Desde ese momento me convertí en una nómada, anduve de ciudad en ciudad y cada vez me sentía peor, justo en el momento en el que lograba tener amigos me tenía que ir. Así fue como antes de llegar a Santiago tomé la decisión de no tener relaciones amistosas con nadie, algo casi imposible pero que para mi inmadurez no era tan difícil de lograr.
Cuando me bajé del bus me quedé observando mi entorno, algo dentro me decía que ese cambio sería distinto, pero no sabía si sería para bien o para mal. Sumida en mis pensamientos seguí a mis padres y a mis hermanos al taxi que nos llevaría a nuestro nuevo hogar. No recuerdo bien la ubicación de la casa, sólo se que estaba en Renca por la avenida Domingo Santa María y de ahí hacia adentro por unos pasajes, el número de la casa se me quedó grabado, era la 1533, una casa de dos pisos, cómoda para cinco personas. El camión de la mudanza ya nos estaba esperando, así que empezamos a descargar y a armar las cosas necesarias, o sea las camas. Cuando ya eran algo así como las diez mi mamá me mando a comprar algo para tomar desayuno, así que iba saliendo con la idea de que iba a tener que caminar sin rumbo hasta encontrar algún lugar donde comprar. Afortunadamente no fue así, cuando iba saliendo de la casa había una niña de mi edad sentada fuera de su casa, así que me decidí a preguntarle. No era muy alta, tenía los ojos claros, su pelo castaño claro y su cara pecosa.
-Hola. Disculpa ¿Me podrías decir donde puedo comprar pan? Por favor.
-¡Hola! Me llamo Matilda, tú debes ser la vecina nueva. ¿Cómo te llamas?
-Ofelia-Dije con sequedad
-Bueno Ofelia, aquí a la vuelta hay un almacén. Ahí encontrarás lo que necesites.
-Gracias, disculpa la molestia. Me tengo que ir.
Así conocí a Matilda, una extraña que mas adelante se convertiría en mi amiga aunque yo no quisiera. Fui al almacén y compré lo que me habían encargado, llegué a la casa con las cosas para tomar desayuno. El día se hizo muy corto entre el ajetreo de terminar de ordenar la casa y preparar las cosas para al otro día asistir al colegio, así que al llegar la noche no fue nada difícil dormir.
A la mañana siguiente a las siete ya estábamos levantándonos, mí hermana iba a quinto básico y yo me disponía a entrar a primero medio. Caminamos hasta el colegio, era de monjas, mi mamá quería que tuviéramos una buena educación y estaba convencida de que una educación en base al catolicismo nos entregaría los valores necesarios para ser personas de bien. No era una escuela particular y sólo era de niñas, pero por lo menos era lo mejorcito que había en el sector. Llegué a un curso de cuarenta y cuatro niñas, pero eso no fue lo que me sorprendió. Cuando me hicieron ese ridículo rito de presentación de la "compañera nueva" divise entre muchas caras la pecosa cara de Matilda, quien apenas notó que la había visto me hizo una seña con la mano y me sonrió. Después de contar cómo había llegado hasta ahí y toda esa ceremonia inútil que hay que hacer cuando se es el personaje nuevo (de tanto cambio de colegio ya tenia un discurso memorizado) me mandaron a sentar. Me sentaron al lado de Matilda, para mi no podía ser peor, no era que ella me cayera mal ni nada, era solo que tenía miedo de encontrar una nueva amiga y volver a perderla porque algo dentro me decía que no pasaría mucho tiempo sin que yo me fuera otra vez. A pesar de mi apatía, Matilda logró ganarse mi confianza con su simpatía y buen humor, y desde ese momento no se separó más de mi lado, hasta que me fui y nunca más la volví a ver. Ese don de hacer amigos tan rápido sólo se da cuando se es niño o adolescente, los años cierran las puertas de la confianza y encontrar un amigo es como encontrar una pepita de oro, casi imposible.
Salimos del colegio a las dos de la tarde, el calor era infernal pero la caminata se hizo corta entre tanta conversa. Yo le hablaba de los lugares en los que había estado, las escuelas, los amigos que dejé atrás, etc. Ella me contaba de como eran las cosas en el barrio, de sus amigos que me quería presentar y de cómo funcionaban las cosas en el colegio. Sin darnos cuenta habíamos llegado a la plaza que estaba afuera de nuestras casas, nos refugiamos bajo la sombra un árbol para seguir con la larga conversación sobre nuestras vidas mientras mi hermana entraba a la casa a decirle a mi mamá que habíamos llegado bien y que yo me había quedado afuera conversando con la vecina. Después de un rato dimos fin momentáneamente a nuestra conversación y decidimos entrar a almorzar, cuando estábamos a punto de entrar a nuestras casas lo vi. Desde ese momento me perdí en sus ojos y su recuerdo me marcó por el resto de mi vida. Alto de ojos grises, pelo castaño claro igual que el de…Matilda.

1 comentario:

Ivonne dijo...

weeena!
quiero el próximo capítulo!
:) sigue escribiendo!!
un besote, chau!