miércoles, abril 28, 2010

MEMORIAS

Capitulo III

-¿Por qué no se va? Yo no tengo por que contestarle nada. Además, su novia, la señorita Victoria lo debe estar esperando. Adiós.

-De eso quiero hablarle, Rosario. Usted escuchó mucho más de lo que yo hubiera querido, y es algo que lamento profundamente. Pero a mi se me olvidó que usted estaba ahí, estoy acostumbrado a que Amir esté sólo y…

-Vamos al grano señor Martínez, me están saliendo raíces.

-Victoria no es mi novia, digamos que es sólo una amiga. Por eso le quería pedir la máxima discreción porque yo…yo no quiero compromisos.-Dijo dudoso.

-No se preocupe, señor. Poco me interesan sus asuntos, no tengo porque andar divulgando por ahí sus cochinadas. Buenas noches.

Entré a la casa y fui al living a encontrarme con mi madre y mis hermanos que acababan de despedir a Octavio. Los cuatro me miraron con reproche, se sentaron y Amir tomó la palabra.

-Rosario, quiero decirle que su comportamiento dejó mucho que desear. ¿No se da cuenta que pudimos haber perdido un gran cliente?

-Discúlpeme hermano, pero yo no…

-¡Cállese Rosario! ¡Su hermano mayor, el hombre de ésta casa está hablando! Sabe perfectamente que a un hombre se le debe escuchar.-Interrumpió mi madre.

Entre ella y Amir me llamaron severamente la atención, fue una extensa conversación sobre como debía comportarse una mujer y la mala forma en la que yo había actuado, pero lo que más recalcaron fue la vergüenza que sentían de todo lo que le había dicho y que ni si quiera me arrepintiera un poco.

-Rosario, agradezca que Octavio es un hombre bastante tolerante. Si no fuera por eso, ya habríamos perdido la venta del anillo de brillantes que me encargó.- Agregó mi hermano.

-¿¡Un anillo de brillantes!? Debe ser para una mujer muy importante y para una ocasión muy especial, una joya así no se regala porque si. ¿Me equivoco, hijo?

-No mamá, no se equivoca. El anillo es para su compromiso, Octavio se va a casar con la señorita Esperanza Rioseco. Una dama, es de una excelente familia, de mucho prestigio aquí en el pueblo.

Se iba a casar, a parte de ser un mujeriego desvergonzado, era un mentiroso. Decir que no quería compromisos, no podía creer que fuera tan cínico. Dejé de pensar en eso cuando escuché a mi madre decir:

-Si Octavio hubiera sido paisano hubiera hecho lo posible porque se casara con tu hermana. Lástima que no sea así y que ya está comprometido.

-Si quiere un marido así para mi mejor tortúreme de por vida, mamá.

-¡Niña! ¿Qué te está pasando? ¿Por qué hablas así? ¿Sabes algo malo del señor Martínez que no me has dicho?

Amir me miró con cara de súplica, en el fondo me pedía a gritos que me olvidara de todo lo que había escuchado en la joyería porque sabía que a nuestra madre le daría un ataque si se enteraba del contenido la conversación que habían tenido y que para colmo yo la había presenciado. Esa noche mamá decidió que mi castigo sería no volver al negocio por unas cuantas semanas, me quedaría en la casa estudiando, leyendo, haciendo labores doméstica y cuando fuera necesario ella iría a ayudar a mi hermano.

Pasaron unos días y el aburrimiento de estar en la casa no podía ser mayor, así que conseguí que mi madre me dejara salir a dar una vuelta. Caminé hasta la plaza, había mucha gente y entre la muchedumbre divisé a Blanca, mi querida y única amiga en esos tiempos. Debo confesar que no era para nada sociable, vivía en constante encierro por el temor de mi mamá de que me pasara algo, tanto así que me perdía todos los bailes y fiestas importantes pero al menos los vivía a través de Blanca. Para sufrir menos, llegué a auto convencerme de que no me gustaban esos eventos sociales, aunque me moría por ir a uno.

Nos sentamos en uno de los bancos a conversar, ella me comentaba los últimos acontecimientos, entre esos el matrimonio de una de las hijas de la familia Rioseco.

-Yo conozco a Esperanza, es bastante simpática. También conozco a Octavio, no sabes, ¡es un encanto de hombre! Ya hubiera querido yo que pusiera al menos un ojo en mí.-Cuchicheaba entusiasmada.

-¡Ay, Blanca! Te aseguró que no es un hombre para ti. No es un hombre para nadie ese idiota.-Contesté con rabia.

-Rosario ¿Lo conoces? ¿Qué sabes de él?

-Si, lo conocí hace unos días y no le encontré nada del otro mundo. Pero lo que digo no es sólo por él, son todos los hombres unos imbéciles.

-¡Rosario, por favor! ¡Esas palabras! Si sigue pensando así de los hombres no se va a casar nunca.

-No sé si me quiero casar. Me he dado cuenta de que los hombres son una basura.-Contesté segura.

-¡Pero qué cosas dice, Rosario!

El tema se terminó ahí. Seguimos conversando de otras cosas hasta que noté que las mejillas de Blanca tomaban un color rojo bastante intenso. Comenzó a echarse aire y trató de calmarse para explicarme que pasaba:

-Rosario, me acaba de saludar Octavio Martínez. ¡Viene para acá!

-¡Blanca! Recuerda que ese hombre se va a casar, así que ni te ilusiones.

-¡Ya lo sé! ¡Pero es que me encanta! Tiene algo, no sé que es, pero me hace temblar.-Dijo sonriente.

Octavio se acercaba cada vez más y yo sólo quería que diera media vuelta y desapareciera. Lo odiaba, pero no lograba entender por qué, si no me había hecho nada y a penas nos conocíamos. Sólo con el tiempo comprendí que lo que más odiaba era haber empezado a quererlo de un momento a otro y sabiendo que lo nuestro nunca podría funcionar.

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