lunes, abril 26, 2010

MEMORIAS

Capítulo I

Aquí estoy, hundida en la soledad que acumulé con los años, en medio de una noche silenciosa y fría, recordando el pasado con gran nostalgia. La verdad es que me di cuenta de que se me ha pasado la vida, mi tiempo se acabó y nunca hice algo para ser feliz. Sola, siempre sola desde que murió mi madre hace muchos años, negada a ser la mujer que tanto esperaron que fuera y hoy, quizá, me arrepiento un poco de eso.
He guardado tantas cosas en mi corazón marchito, que seguramente ya he olvidado unas cuantas. Pero de todas las cosas que he callado, hay una que hoy quiero confesar, algo que nadie sabe y que creo que fue lo mejor que me tocó vivir. Aunque nunca me casé y sólo tuve dos novios (a pesar de un sin número de pretendientes), una vez me enamoré, y amé tanto que llegué a pensar que me iba a morir cuando todo se terminó. Pero aún así, es el mejor tesoro que conservo hasta hoy.
Todo comienza cuando mis padres llegan a Chile en 1927, venían del Líbano huyendo de la guerra, estaban prácticamente recién casados y ya habían tenido a su primer hijo, mi hermano Amir que a penas tenía dos años. Una fortuna los esperaba en el pequeño pueblo llamado Valle de Luna, ubicado al norte grande del país.
Mi padre había estado ya en Chile haciendo negocios para poder traer una mujer desde sus tierras con la cual formar una familia, fue por eso que después de ahorrar el dinero suficiente volvió al Líbano en busca de una paisana para casarse. Pero al llegar se encontró con un panorama distinto, las personas en las que había confiado sus negocios lo estafaron y lo dejaron sin nada, tuvo que comenzar todo de nuevo. El trabajo fue duro y la familia comenzó a agrandarse, a dos años de su llegada a al país nació mi hermano Pascual, tres años mas tarde nació Gaspar y por último llegué yo, un año y medio después.
Mis padres lograron prosperar, mi papá se dedicaba a vender joyas por aquí y por allá, viajaba por todos los alrededores y tenía unos cuantos clientes. Mi madre por su parte sólo se dedicaba a la casa, a cuidarnos a nosotros y de vez en cuando a bordar, que era su único pasatiempo. Las cosas marcharon bien por un tiempo, teníamos una buena casa y no nos faltaba nada, vivíamos bien a pesar de toda la desilusión del comienzo.
Lamentablemente la paz y la felicidad que habíamos alcanzado se terminaron de un momento a otro. A penas tenía seis años cuando murió mi padre, un ataque a al corazón acabó con su vida y quedamos solos, prácticamente desamparados y a la deriva. Mi madre estaba destruida, lejos de su familia y con cuatro hijos que mantener, fue uno de los periodos mas terribles que pasamos, yo lo recuerdo así.
Amir tomó el lugar de hombre de la casa, tuvo que dejar la escuela y ponerse a vender joyas, tomando así el mismo oficio de nuestro padre. Gracias al duro trabajo de él y de mi madre que lograba conseguir la mercadería a buen precio, pues había aprendido mucho de su marido, a los pocos años lograron conseguir un local para poner una joyería y relojería, que sería manejada por ambos. Así comenzó la joyería Slaib, gracias a que todos los clientes que Amir había conseguido como vendedor ambulante se hicieron también asiduos del nuevo negocio por lo que el éxito era seguro.
Cuando cumplí los dieciocho años mi hermanó decidió aceptar mi ayuda en el local. Él quería dedicarse a la política y el tiempo no le alcanzaría para hacer las dos cosas por eso todos apoyábamos su decisión, ya era hora de que Amir se dedicara a alcanzar sus sueños. Pascual estaba estudiando medicina y Gaspar estudiaba derecho, Amir se esforzaba para pagarles sus carreras, y su salto a la política era para poder hacer más por la gente y por nosotros. Claramente y por descarte yo era la única persona disponible para tomar las riendas del negocio, al menos mientras llegaba el hombre con el que me casaría y formaría un hogar. Fue así como primero decidió ponerme a prueba, por lo que entraba y salía constantemente de la joyería. Aún me recuerdo, joven y bonita, con una cintura envidiable, ordenando las vitrinas del negocio.
Un día en el que estaba sola poniendo nueva mercadería en el mostrador, entró un joven alto, delgado, tez blanca y una sonrisa encantadora que me cautivó. A pesar de mi nerviosismo quise actuar con naturalidad:

-Buenas tardes. ¿En que puedo ayudarlo?

-Buenas tardes, ¿Podría hablar con Amir?-Preguntó sonriendo.

-Lo siento, él no esta. Yo estoy a cargo mientras el vuelve, dígame si puedo ayudarlo.

-Soy Octavio Martínez, un gran cliente y amigo de Amir. Lo esperare, así aprovecho de saber un poco mas de usted.-Dijo con picardía.

-No entiendo para que querría saber más de mi.-Contesté con frialdad

-Bueno, para saber si tengo la posibilidad de estar con un ángel como tú, tan hermoso y delicado. ¿Cuál es tu nombre?-Preguntó Octavio en tono galante.

En ese momento pensé que ese hombre tan buen mozo se veía mejor con la boca cerrada. Me pareció un patán de lo peor, así que le puse un alto de inmediato.

-No creo que eso a usted le importe, señor Martínez. Si vino aquí para comprar le sugiero que lo haga y si no váyase. No me interesa conversar con un desubicado atrevido como usted. ¿No se da cuenta que yo podría estar casada o comprometida?

-¡Fue sólo un piropo señorita! ¡No se enoje! De verdad, usted es muy hermosa. Y no está casada, no puedo tener tan mala suerte.

-¿Por qué no va a piropear a su abuela mejor? Yo estoy aquí para vender, no para recibir piropos de un desconocido. ¡Váyase por donde vino y no vuelva!-Dije gritando

-¡Qué carácter! Si hubiera sabido que por un cumplido aparecería una bruja amargada, hubiera evitado decir cualquier cosa.-Contestó serio.

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